Primero fue Cándido, después Pastor y ahora Marcelino. Todos calculan la importancia del terrorismo, como si dijéramos, al peso. Al peso de los muertos. Es un cálculo de tenderos que ponen en la balanza el número de asesinados, respiran aliviados cuando hay "sólo dos" y en el margen escriben que ETA está "en proceso de extinción". Lo anotan con alborozo y sin rebozo. El presidente de Aragón olvidó, peccata minuta, a una tercera y reciente víctima de los chicos de la gasolina de Arzallus, pero está en perfecta sintonía con el Fiscal General en este punto. Y seguramente en otros.
Fue Conde-Pumpido quien el otro día nos hizo la contabilidad y sacó el resultado apetecido: el atentado del 11-M causó "tantos muertos como ETA en quince años". Una cuenta que probaba, a su decir, que el terrorismo "local" se hallaba en declive y que en cambio, el otro, el "internacional", que eufemiza Zetapé, se encontraba en ascenso. Y una que al ignorar absolutamente los efectos políticos y sociales del terrorismo permitiría equipararlo, por ejemplo, con el tráfico: en 2006 murieron más de tres mil personas en accidentes de carretera, casi el triple que las víctimas de ETA en toda su historia y casi tantas como en las Torres Gemelas. En un aparte, bien podríamos decir, siguiendo el hilo del Fiscal, que la administración Bush ha logrado la extinción del terrorismo islamista, puesto que no ha habido en los USA nuevas víctimas desde el 11-S. Los americanos muertos en Irak no entran en el balance: para el socialismo aquí gobernante, allí no hay terrorismo sino resistencia a la ocupación ilegítima.
Si el poder de los terroristas se mide únicamente por el número de víctimas que causan, tendrían razón muchos progres del lugar, que durante años minusvaloraron los crímenes de ETA porque no eran tantos, oye, además de que los muertos eran policías, militares, guardias civiles y gente de "derechas". Eso, entre otros motivos que solían guardarse de airear, relacionados con su íntima simpatía por la "lucha armada". Y, por el contrario, desde esos mismos presupuestos, no tendría razón alguna la negociación abierta por Zapatero con una banda facciosa que, cuando él llegó al poder, llevaba un año sin asesinar. Si ETA mataba poquito, si ya estaba derrotada y menguante, si lo que cuenta es la cuenta, pierde sentido el empeño de ZP en pactar con ella, en ofrecerle contraprestaciones y en hacerle concesiones. Ah, exclaman los bienpensantes, se trataba de evitar una muerte más. Pues hubo tres. Lo que no impidió al Gobierno seguir esforzándose en salvar vidas como la del sujeto que había segado veinticinco y responde por De Juana Chaos.
El caso es que, para estar ETA en "extinción", hay cientos de personas que están hoy más amenazadas que ayer, que se encuentran más acosadas por los batasunos y no menos por los nacionalistas vascos. Y el caso es también que la banda está más rearmada y organizada y sus cómplices más fuertes, que antes de que empezara el diabólico juego del "proceso". Y eso con "sólo dos muertos", que diría el avezado aprendiz de mañas, Marcelino Iglesias. El Gobierno Zapatero, cuyo carácter circense reflejaba ese mitin de Vistalegre, se aplica a un nuevo truco de ilusionismo: ahora que Batasuna ha vuelto a existir en su retórica, ETA ha dejado de hacerlo. Retorna la teoría del final de ETA, que sustentó el principio de la negociación, y en su lugar se hace aparecer, como principal amenaza, al terrorismo islamista. Sin embargo, no es Al Qaeda la que pretende presentarse a las elecciones municipales, sino la ETA. Yendo a las cuentas: 13 millones de euros anuales de los fondos públicos percibía el entramado de la banda antes de su ilegalización.